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miércoles, 1 de diciembre de 2010

La mirada en la Educación Física

Autores:Inma Canales Lacruz*-
Olga González Alonso**/(España)
*Licenciada en Educación Física. Profesora de Expresión Corporal en la Escuela de Magisterio de la Universidad de Zaragoza y profesora de Educación Física en el I.E.S. Félix de Azara de Zaragoza.
**Licenciada en Educación Física. Educadora postural en el Servei Integral de Salut de San Just, Barcelona

Fuente:http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 6 - N° 31 - Febrero de 2001

Resumen:
    Desde aquí invitamos a reflexionar sobre la acción social de mirar y la relación que mantiene con el mundo de la educación física. En su vertiente pedagógica, la mirada supone un gran condicionante, ya que las clases de educación física se convierten en un escenario de corporeidades. En el patio o en el gimnasio de un colegio en el que los alumnos están practicando educación física se generan infinidad de situaciones que el docente no debería obviar. Nos estamos refiriendo a la capacidad que tiene cada alumno para observar a sus compañeros, pero al mismo tiempo, de ser objeto de las miradas de los demás. Todo esto condiciona el estar del individuo en ese contexto, ya que existirán alumnos que sentirán incomodidad o temor, y otros en cambio, placer por ser mirados.
     Estas cuestiones, aunque obvias, deben tenerse en cuenta, puesto que se convierten en verdaderos handicaps para el desarrollo de la educación física. Fomentar la conciencia corporal es una de las acciones que más incidencia tiene sobre el proceso educativo, sin embargo, el interés suscitado por parte de muchos de sus profesionales no es el esperado. De ahí la necesidad de ser conscientes de la trascendencia de la conciencia corporal en cada uno de los individuos que realizan educación física, y analizar sus posibles consecuencias para el mejor desarrollo del individuo.
 
    Palabras clave:
 Mirada. Educación Física. Corporeidad. Singularidad.

1. Consideraciones preliminares
    Si tenemos que destacar una acción social por antonomasia haremos referencia a la acción de mirar. La mirada la depositamos en los individuos que nos rodean, pero al mismo tiempo, nos hacemos aparentes ante la mirada que los demás proyectan en nosotros.
    Difícilmente podemos mostrarnos indiferentes a la mirada de las personas que nos rodean. Unos ojos anclados en nuestra presencia provoca cierta turbación emocional, cierto descontrol afectivo o algún tipo de incomodidad transitoria. Supuestamente, a medida que vamos madurando, esa inseguridad que nos provoca la mirada del otro se va difuminando a favor de nuestras propias cualidades como personas. De esa forma, aunque nos siga afectando la mirada del otro, la perturbación generada es mucho menor, pudiendo incluso llegar a manifestar nuestra forma singular de actuar.
    La educación de la mirada se convierte en necesidad cuando se pretende actuar positivamente en la formación y singularidad de las personas. Su referente más inmediato es tanto el propio cuerpo como la imagen corporal que se proyecta en los demás, así como la que los otros proyectan en nosotros. Es el modo habitual de vivir en grupo, de interactuar socialmente, por lo que se convierte en un proceso educativo que incide directamente en la percepción de lo real que tenemos cada uno de nosotros.

2. Mirada y Ser
    Son los sentidos los que nos conectan con el exterior, los que nos ofrecen constantemente información de lo que ocurre en nuestro entorno. Sin embargo, no tan sólo descubrimos los objetos y las personas que nos rodean a través del roce o el contacto. no tan sólo escuchamos el silbar del viento o la melodía de una canción o bien percibimos el aroma del café recién molido, también podemos sentir aquellos estímulos intracorpóreos, aquellos que nos permiten sentir la propia cadencia respiratoria, el movimiento de las vísceras, el propio ritmo cardiaco o un estiramiento muscular, por comentar algunos ejemplos. Pese a todo, el sentido de la vista continúa adquiriendo un protagonismo destacado, principalmente en las sociedades occidentales.
    La mirada resulta ambigua, ya que tiene capacidad para percibir y expresar (Vuillemin, citado por Bernard, 1985). Podemos dotarnos de complejas estrategias para ocultar nuestros sentimientos, pero nuestros ojos son verdaderos portadores de nuestras más íntimas emociones. Expresamos amor, desinterés, decepción, odio, tristeza..., emociones que son reflejadas tanto voluntaria como involuntariamente.
    A través de la vista podemos obtener un amplio repertorio de información, sin embargo, logramos tamizar aquella que nos resulta relevante e imprescindible en cada momento. Evidentemente, siempre existe un porcentaje de información aparentemente insignificante que se filtra en nuestra memoria, pero gracias a la experiencia adquirida se consiguen mejorar los procesos de selección de estímulos. Todo ello permite focalizar la atención en las actividades que pretendemos desarrollar, acorde con las necesidades e intereses personales de cada momento. Por ejemplo, cuando comenzamos a conducir un coche por primera vez registramos gran cantidad de estímulos, la gran mayoría innecesarios para realizar una adecuado manejo del automóvil. A medida que obtenemos mayor seguridad, prescindimos del caudal de estímulos que se cruzan en nuestro espacio visual, y así, nos concentramos en aquellos que realmente nos aportan la información necesaria para conducir exitosamente.
    Por otra parte, nos encontramos con la incidencia que tiene la mirada de los demás en el propio ser. "Se necesita al otro para existir y tener identidad. ése es el homenaje que se le rinde. Pero al mismo tiempo será castigado cuantas veces se crea que no ha correspondido a este público ofrecimiento" (Bilbeny, N., 1997, pág. 103). De esta manera, la mirada de los demás aporta información para la construcción de la moralidad. todo aquello que es y no es aceptado por los demás. La mirada del otro es la respuesta a nuestros comportamientos, a nuestro discurrir cotidiano.
    Es en la esfera pública donde se producirán las tensiones que afectarán a la construcción del propio yo. La mirada se convierte en el poder que somete al individuo a ser juzgado por los ojos de los demás. El sentimiento de ser juzgado condiciona el comportamiento, ya que, tanto si somos capaces como sino de contener nuestras emociones, o bien nuestro proceder desencadena en los demás sentimiento de rechazo, nos veremos irremediablemente sentenciados por los demás. Con ello, queremos decir que las relaciones sociales terminan condicionadas por el juicio constante al que se ven sometidas. De ahí que, la interacción social resulte una zona de peligro cuando no se adecua a las normas y lindes establecidos.
    La existencia del ser está relacionada con la interacción del otro. ".... esa posibilidad de ser visto por otros ojos hace que surja y exista el otro para mí. Para decirlo con Sartre: el otro es, en principio, aquel que me mira" (Bilbeny, N., 1997, pág. 105). Cuando nos convertimos en objeto es cuando podemos admitir la existencia del otro, y en consecuencia, del yo. Por lo tanto, la mirada de los demás nos define en nuestra identidad, nos muestra la verdad de nuestra existencia.
    Cuando hacemos referencia a que la existencia del ser está relacionada con la interacción del otro, tenemos que mostrar atención a la relación sujeto/objeto. Este proceso dialéctico es el que posibilita el conocimiento. Por una parte, nos encontramos con el sujeto, aquel que registra toda una serie de estímulos procedentes del objeto. Y el objeto, que es todo aquello en el que se proyecta un interés de conocimiento.
    En esta relación sujeto/objeto consideramos al sujeto activo, puesto que su percepción está condicionada por su propia interpretación. Así pues, la mirada a un mismo individuo por parte de dos sujetos, resultará diferente para ambos casos. Por ejemplo, puede ocurrir que uno de los que observa percibe odio, mientras que el otro tan sólo percibe indiferencia.
    Como decíamos con anterioridad los ojos del otro pueden cuestionar nuestros actos, es decir, dictaminan una moralidad. Pero tampoco debemos someternos íntegramente a la percepción de los demás, ya que podemos alcanzar graves trastornos emocionales por la inseguridad y baja autoestima que genera la aplastante socialización. La percepción del otro la debemos aceptar como una referencia más en la realidad social que nos rodea. Como hacíamos alusión en el primer epígrafe, la madurez y el cúmulo de experiencias facilitan el asentamiento de nuestra personalidad, provocando así, un autogobierno que sea más impermeable a la mirada de los demás. Esta aspiración humana se localiza en la aceptación de la singularidad del individuo, en la cual, aunque se considere la percepción de los demás, es nuestra propia idiosincrasia la que nos moviliza a tomar decisiones.

3. La mirada y la singularidad
    Ya hemos hecho alusión anteriormente a la aspiración humana de conseguir la singularidad. Y es la educación de la mirada uno de los vehículos pedagógicos que permiten operar positivamente en la formación de ésta.
    Si hasta el momento nos hemos referido a la mirada como vía principal de comunicación social, cabría destacar también su potencial educativo en lo que al desarrollo y maduración de los procesos de ensimismamiento se refiere. Lograr un estado de ensimismamiento o una actitud contemplativa exige un largo proceso de aprendizaje, pero que no requiere de situaciones sofisticadas como se podría argüir. Contemplar es advertir en lo insignificante, en la cotidianeidad.
    Definimos la actitud contemplativa como la existencia intimista, en la cual, la vida transcurre dentro de uno mismo. El sujeto percibe los estímulos del entorno y de si, los procesa y finalmente los interioriza como vivencias propias, como procesos individuales e intransferibles. De esta manera, el individuo recobra su singularidad, actuando en función de sus deseos y apetencias más íntimas.
    La forma en la que se expresa el cuerpo resulta incompatible con un lenguaje racional, acogido por un conjunto de signos y símbolos impuestos arbitrariamente. Cada cuerpo se manifiesta de forma singular, con su propia idiosincrasia que lo diferencia de los demás. Y del lenguaje corporal, "el comportamiento ocular es tal vez la forma más sutil" (Davis, Flora, 1980). Cada uno de nosotros poseemos un lenguaje corporal que debemos descubrir, pero que reside bajo el código de la moralidad cultural.
    Es este proceso de aprendizaje corporal lo que propicia el conocimiento de sí, necesario en el mundo en que vivimos puesto que nuestra sociedad contemporánea está supeditada a la convivencia en grandes urbes, fomentando de este modo, la interacción superficial entre las personas. En consecuencia, lo que se obtiene es una singularidad no cultivada.
    La mirada pedagógica se debe situar en la construcción de situaciones en las que el individuo asuma el rol de objeto (individuo observado). Sólo así podrá percibir la agitación emocional que le genera la mirada de los demás, produciendo inevitablemente, una notable influencia sobre la visión de uno mismo. Sería una forma de interiorizar las vivencias que produce la mirada, no únicamente la que el otro proyecta en mi, sino también la mirada que yo proyecto en el otro. En ambos casos se desencadena un flujo de emociones que determinan una respuesta o forma de actuación.
    La mirada de los demás nos puede producir un amplio repertorio de sensaciones, tales como sosiego, tensión, placer, deseo.... En esta actividad sensorial se busca la capacidad del individuo para interiorizar los sentimientos que le producen el mirar y ser mirado, aceptando todo aquello que fluye por nuestra corporeidad, sin pretender ahondar en las causas de nuestra respuesta emocional. Este tipo de respuestas le aportan al individuo herramientas para su autoconocimiento. Ya que como hemos dicho con anterioridad, el ser es poliédrico, es decir, se comporta según el contexto en el cual está inmerso. De esta manera, cuantos más puntos de vista obtengamos de nosotros mismos, más posibilidades de adquirir conocimiento y autogobierno de nuestras propias vidas.
    La mirada nos descubre ante los demás, y ese contacto es el que nos posibilita el conocimiento de los demás, de sus particularidades y singularidades. Mirar, observar, contemplar a los que nos rodean, ser al unísono observados, es un ejercicio sencillo pero dotado de grandes miedos. miedo a ser juzgados, miedo a nosotros mismos, miedo a vivenciar el miedo.

4. Mirada y Educación Física
    Posiblemente la disposición espacial de la clase de Educación Física sea uno de los aspectos diferenciadores del resto de asignaturas. Normalmente los alumnos/as están agrupados por filas en dirección a la pizarra, donde se sitúa el profesor/a. Sin embargo, un grupo de niños/as que están en clase de educación física se distribuyen por un espacio amplio. Sus cuerpos se muestran unos enfrente de otros, sin pupitres que los separen, interactuando continuamente por la dinámica de las actividades.
    La clase de educación física supone para los chicos/as una puesta en escena donde muestran su corporeidad. Su forma de andar, de correr, de deslizarse, de lanzar una pelota, de realizar una voltereta... se evidencia en cada ejercicio, actividad o situación planteada, pudiendo observar a sus compañeros y ser observados al mismo tiempo. De esta forma, nos encontramos con niños que se sienten cómodos ante las miradas de los demás. Posiblemente sean aptos motrizmente, por lo que la clase de educación física resulta un buen escenario en el que mostrar sus válidas hazañas. Sin embargo, otros sienten vergüenza de mostrar su corporeidad, ya que están incómodos con sus movimientos y la mirada de sus compañeros resulta una amenaza.
    Quizás, uno los objetivos más significativos que posee la educación física sea esta concienciación corporal que somete a cada uno de los alumnos/as. El docente tiene que ser consciente del potencial que posee en sus manos, sobre todo cuando trabajamos con grupos de adolescentes, donde el mayor reto son las cuestiones de autoestima. La adolescencia suele venir acompañada de temores que generan inseguridad y falta de confianza en uno mismo. El rechazo, una crítica negativa, el afirmar que esta mal lo que han hecho, suponen verdaderos lastres para los frágiles mapas emocionales de esos futuros hombres y mujeres.
    Con esto, no defendemos que sea la educación física la fuente de todo este proceso de confirmación de uno mismo. Tan sólo intentamos transmitir que son pocas las ocasiones en las que los profesores de educación física reflexionamos sobre las consecuencias que tiene esta asignatura en la conciencia corporal de nuestros alumnos. Somos una pequeña influencia ante el amplio abanico de situaciones que rodean a nuestros alumnos, pero debemos aprovechar esa contingencia para canalizar adecuadamente nuestros objetivos didácticos, y ser lo más útiles posibles para nuestros alumnos/as.
    Los profesores de educación física tenemos que tener presente las repercusiones del fracaso que tiene nuestra asignatura con respecto a las demás. Ignacio Barbero lo puntualiza muy bien cuando dice que "las repercusiones del fracaso con la ecuación de segundo grado o el genitivo sajón, es un decir, sean similares a las derivadas del fracaso con las actividades gimnásticas. Si aceptamos la idea de que el ser humano es, antes que nada un modo de ser cuerpo (Ferrater Mora, 1979, p. 108) podemos imaginar que el sentimiento de impotencia o frustración adquirido en el gimnasio será mucho más duradero y profundo. Al fin y al cabo, es muy posible que no nos volvamos a chocar a lo largo de toda la vida con dicha ecuación ni con el mencionado gerundio, sin embargo, con nuestro cuerpo hemos de vivir todos los días" (Barbero, Ignacio, 1996, p.22).



Bibliografía

· AYLLÓN, José Ramón (1998) Desfile de modelos. Análisis de la conducta ética. Rialp. Madrid.

· BARBERO, Ignacio (1996) "Cultura profesional y curriculum (oculto) en educación física. Reflexiones sobre las (im)posibilidades del cambio" en Revista de Educación, n.311, p. 13-49. Madrid.

· BERNARD, Michel (1985) El cuerpo. Paidós. Barcelona.

· BILBENY, Norbert (1997) La revolución en la ética. Hábitos y creencias en la sociedad digital. Anagrama, Barcelona.

· CARDOSO, Ciro F.S. (1989) Introducción al trabajo de la investigación histórica. Crítica. Barcelona.

· ELIAS, Norbert (1993) El proceso de la civilización. Fondo de Cultura Económica. Madrid.

· HOFMANNSTHAL, Hugo von (1981) Carta de Lord Chandos. Colegio de arquitectos, Murcia.

· MARTINEZ, Miguel (1989) El conocimiento humano. Taurus. México.

· SCHAFF, Adam (1983) Historia y verdad. Crítica. Barcelona.