Fuente. El Telegrafo
Según comenta, su mayor satisfacción siempre fue apreciar la sonrisa de los niños que pasaron por su clase, a quienes intentó transmitir, además de conocimientos, contención y límites. Otro recuerdo grato son los aniversarios de la escuela o los encuentros interescolares, donde llegó a improvisar obras de teatro, generando aplausos en el público. Recuerda que esas puestas en escena se caracterizaban por la velocidad con que los niños debían cambiar su vestuario, ya que muchas veces el libreto exigía convertir un indígena en un gaucho. En las fiestas de fin de año, emocionaba ver cómo los niños, soportando el intenso calor de diciembre, participaban en la celebración vistiendo ponchos de lana, bombachas, botas de caña larga y sombrero de paño.
Querida por todos, respetada y reconocida por sus colegas, Susana Bodeant cumplió cabalmente con su trabajo hasta que recibió la noticia de que debía ampararse a los beneficios jubilatorios. No hubo tiempo de despedidas, ya que la notificación llegó cuando aún no habían terminado las vacaciones de verano. Cabe destacar el trabajo de esta maestra, quien eligió vivir y enseñar lejos de la ciudad, donde aún prevalecen valores casi perdidos. Hubiese participado orgullosa en la inauguración del nuevo local escolar, pero no pudo ser. Solo quedaron los recuerdos de la vieja escuela y el relato de otra maestra que abrió las puertas de una escuela rural para que los lectores conociesen más de un Paysandú poco conocido y de la realidad de la enseñanza en el interior profundo de nuestro país.
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